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Actualmente, España, como buena parte de las sociedades occidentales, está experimentado procesos de polarización social y política. Investigaciones recientes revelan que los ciudadanos de distintos países ven con cada vez más miedo y recelo a los partidos políticos adversarios, grupos sociales y las personas que se identifican con ellos. Una de las múltiples causas que influyen en este proceso de polarización afectiva es el modo en que las élites políticas enmarcan, construyen y afrontan las cuestiones candentes dentro de la coyuntura actual, marcada por sucesivas crisis económicas, políticas y sanitarias. Dicha coyuntura ha abonado el terreno para el crecimiento decidido de opciones políticas populistas y nacionalistas. 

El nacionalismo y el populismo están en el punto de mira de las ciencias sociales por su tendencia, según algunos autores, a poner en jaque el pluralismo político, dado que se basan en la construcción discursiva de un “pueblo” construido en base a un antagonismo con un exterior constitutivo, los “otros” o el “no-pueblo”. A pesar de este paralelismo, constituyen dos fenómenos diferentes y con translaciones discursivas distintas. Aunque ambas lógicas pueden combinarse, existe una diferencia fundamental, explicada por Benjamin De Cleen y Yannis Stavrakakis. El populismo es un discurso que gira alrededor de la noción de pueblo, y que es construido a través de un antagonismo vertical o arriba-abajo entre el establishment o bloque de poder y el pueblo (como los de abajo, los oprimidos). Por el contrario, el nacionalismo es un discurso cuyo eje central es la “nación”, entendida como comunidad limitada y soberana asociada a un cierto espacio y cuya existencia se remonta a través del tiempo, que se construye en base a una oposición dentro-fuera entre la nación y sus grupos externos.

Para ahondar en los paralelismos y discontinuidades entre las lógicas discursivas populistas y nacionalistas, se realizó un análisis discursivo del partido político Vox, que ha sido catalogado por expertos como un partido de la derecha radical populista. Sin embargo, del análisis se desprende que introducirlo dentro de la categoría populista podría implicar algunas contradicciones.

Vox genera discursivamente un “nosotros oprimido” frente a un bloque de poder, “los progres”, que serían las élites culturales. Pero éstas se definen tomando como punto nodal el eje nacional. Por ello, “los progres” son apelados en calidad de antipatriotas, secesionistas, no-centralistas, globalistas y en general, contrarios a una identidad nacional española exclusiva, monárquica, católica y ultraconservadora. Esto es, la opresión proviene de la imposibilidad de poder constituir completamente el anhelado ser nacional. Además, Vox se perfila como una “herramienta al servicio de España” bajo la percepción de que ésta está gravemente amenazada. Dicha construcción sociopolítica se realiza mediante una producción de diferencias trazadas en un plano horizontal, o dentro-fuera. El pueblo se pone al servicio de la nación, constituyendo ésta una esencia natural, un legado transmitido por antepasados cuyo ser ha de ser conservado intacto. Tal concepción pétrea, esencialista y no voluntarista de la nación plantea la pregunta de cuáles son los límites articulatorios entre nacionalismo y populismo. 

El artículo también analiza cómo se construyen y significan conceptos movilizadores como igualdad y libertad. El significado de estos términos está estructurado, de manera clara, en base a su relación con el punto nodal “nación”, que actúa como significante privilegiado dentro del discurso del partido¹. Es por ello que, al menos actualmente, existen dudas razonables a la hora de caracterizar a Vox como un partido populista. 


¹Para ver estas conclusiones convenientemente explicadas e ilustradas mediante fragmentos de texto se recomienda la lectura integral del artículo.