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El suelo pegajoso es una metáfora referida al empleo femenino que tiene su origen en los trabajos de Catherine W. Berheide. En sus estudios sobre el empleo femenino en las administraciones públicas a comienzos de los años 90 del siglo pasado, esta socióloga norteamericana concluyó que, de hecho, lo que identificaba mayoritariamente la ocupación femenina no era el techo de cristal sino el suelo pegajoso. Este hallazgo ha abierto un nuevo campo de estudio sobre las desigualdades entre mujeres y hombres en el trabajo y en el empleo y ha dado pie a repensar las políticas de igualdad de género poniendo foco en la base de la pirámide ocupacional (tierra pegajosa) y no solo en la cúspide (techo de cristal).

El Glosario de términos del Instituto Europeo para la Igualdad de Género define el suelo pegajoso como "una metáfora para denotar un patrón de empleo discriminatorio que mantiene principalmente a las mujeres trabajadoras en los niveles más bajos de la pirámide ocupacional, con baja movilidad y barreras invisibles para su mejora profesional".

Hoy en día, sin embargo, la investigación ha ensanchado esta visión. Se estudian los vínculos entre el suelo y la segregación ocupacional horizontal, el menor valor y reconocimiento otorgados a los empleos considerados socialmente como femeninas (administrativas, sociosanitarias, etc.), o la calidad del empleo. También ha hecho patente como factores estructurales (el origen social o étnico y el trabajo doméstico y de cuidado socialmente adjudicados a las mujeres) o culturales (las culturas organizativas y de gestión empresarial que a menudo refuerzan los estereotipos de género), conforman el sustrato del suelo pegajoso y el perfil de sus protagonistas.

Los resultados de nuestro estudio permiten conocer mejor este fenómeno, en clave de movilidad ocupacional. Definimos el suelo pegajoso como el empleo de baja cualificación y bajos salarios que tiende a ofrecer un patrón de movilidad ocupacional en el que predominan la inmovilidad o la movilidad descendente. Así hemos podido constatar, entre otros, que la inmovilidad es el denominador común de mujeres y hombres. Sin embargo, a pesar de que no todos los hombres tienen trayectorias laborales de éxito, la movilidad ocupacional de las mujeres es distinta y siempre de menor recorrido. Más lineal y ascendente la de los hombres, más corta y limitada la de las mujeres, especialmente la de aquellas que parten del nivel jerárquico más bajo. Los hombres tienen salarios más altos y progresan más incluso en los sectores y empleos feminizados. No obstante, también hemos observado que el suelo pegajoso de las mujeres no es homogéneo. Destacan dos perfiles: el vinculado al empleo poco cualificado de servicios como la hostelería, la limpieza o asistenciales, y el más típico propio del trabajo administrativo.

En definitiva, los trabajos de Catherine W. Berheide abrieron un campo de estudio apasionante que, a estas alturas, permite conocer mejor el empleo femenino y las desigualdades de género que lo rodean.