El mundo oscuro y la música en los mitos andinos
En la tradición occidental, Orfeo amansa a las fieras, rinde a su enamorada, y suspende la actividad infernal con la música, y, cuando no puede rescatar a su amada Eurídice de la muerte, su lira canta la pérdida y el dolor. También en la tradición andina los mitos conectan a la música con el mundo oscuro: los personajes que habitan en las cuevas, en las cascadas y en los manantiales son los que transmiten y enseñan la música, como el wamani o espíritu de las montañas, y sobre todo la Sirena, serena o sirinu, personaje que toma su nombre de la tradición occidental, pero que existía antes de la llegada de los españoles como un espíritu de las aguas asociado a la fertilidad de la tierra y del ganado.
Pero además, como las sirenas de la tradición griega, las de la andina seducen con su música; como aquellas, son seres peligrosos que pueden enloquecer a quien escucha su música bellísima, sus agudas melodías de arpas y violines. Los danzantes de las competiciones rituales pactan con el wamani y acuden a las cascadas y a los manantiales para recibir la música de la sirena. ¿Cómo se controlan estos seres poderosos y peligrosos, pero también benéficos y productivos? La cultura andina tiene mecanismos para gestionar este contacto con lo sagrado y con las fuerzas oscuras que habitan en el interior de la tierra y de los cerros, y en las lagunas, los manantiales, los ríos; con algo a la vez benéfico y peligroso pero con lo que se puede pactar, pues la cultura posee los ritos autorizados para hacerlo, en especial la ofrenda que establece la reciprocidad entre los dioses y los hombres, entre las fuerzas sagradas y la vida humana, pacto mutuo que no hay que confundir con el desigual y aterrador pacto con el diablo de la tradición occidental.
Esta pertenencia de la música a lo oscuro no es tal vez muy diferente a la relación de la música con lo arcano presente en otras tradiciones; cobra sin embargo en lo andino un carácter de intercambio y además fuertemente material que corresponde a la visión animista en que las cosas de la naturaleza emanan sustancia sagrada sin que sea necesario acceder a un plano abstracto. Se tiñe también en lo andino de la dinámica subyacente a esa cosmovisión, donde la división del mundo en estratos -mundo de arriba, mundo de aquí, mundo de abajo- no impide una activa interacción entre ellos, y un sistema de pactos y reciprocidades que resulta diferente a la incomunicación entre lo alto y lo bajo presente en otras tradiciones. Estos personajes que viven en las lagunas y manantiales son fuerzas telúricas y frecuentemente femeninas, con lo que la pertenencia al mundo de abajo se relaciona en ocasiones con el culto a la Pachamama o madre tierra, y a la vez con el culto a los antepasados.Esta visión material no deja de ser profundamente espiritual: la diferencia es que no hay una dicotomía entre la materia y el espíritu, como sí la hay en cierta tradición platónica.
En este trabajo, incluido dentro del proyecto Inventario de Mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (FFI2008-00775), la antropología es un puente para entender cómo, en tres textos literarios de autores peruanos que exploran en este mundo, los mitos de la música son imágenes potentes e irradiantes que configuran el sentido del texto. En Los ríos profundos (1958), de José María Arguedas, los seres transmisores de la música y la música misma forman parte de un conjunto de fuerzas míticas -la piedra, los ríos, las montañas, la sangre, las lágrimas...- que hay que reactivar con la rebelión para recuperar la fuerza subyugada de la cultura andina; en El pez de oro (1957), de Gamaliel Churata, un personaje mítico, la Sirena que habita en el lago Titicaca, transmite los secretos de la música a su hijo, el Pez de oro, en estrecha interacción con el Puma de oro, su marido y padre respectivamente, y alter ego de un enunciador que busca recuperar la historia, la filosofía y la escritura americanas en contacto con lo andino; en Candela quema luceros (1989), de Félix Huamán Cabrera, la joven misteriosa que habita en una cueva acuática transmite a los habitantes del pueblo los cantos alegres de las tareas de la cosecha, y, tras el ataque de los soldados y la muerte de casi todo el pueblo en el marco del conflicto armado interno peruano (1980-2000), hace fluir la elegía de ese mundo arrasado por la violencia.
Sirenas andinas representadas en una “Tabla de Sarhua”, obra de Juan Walberto Quispe.
Referencias
“El mundo oscuro y la música en los mitos andinos”. Usandizaga, H. (2011), Bulletin of Hispanic Studies, 88 (6), pp. 635- 650.