Enfermedades neurodegenerativas
Lydia Giménez y Juan Fraile nos hablan de las enfermedades neurodegenerativas.
Investigadores

Lydia Giménez
Profesora de Psiquiatría e Investigación en Neurociencia del Comportamiento y Psiquiatría Biológica del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Facultad de Medicina y el Instituto de Neurociencias de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Su trayectoria refleja el currículo multidisciplinario que ha caracterizado su perfil académico y experimental desde que se licenció en Biología. Después de cursar el máster sobre el papel funcional de la LPL, la proteína lipasa en el hígado de rata, se interesó por el conocimiento del cerebro y realizó el doctorado en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), en el Departamento de Neuroquímica, para estudiar los efectos conductuales del sistema NMDA y sus interacciones con los sistemas de dopamina, adenosina y poliaminas. Es durante esta etapa predoctoral cuando se forjó su currículo básico: estudiar la conducta en roedores (ratas y ratones), desde una visión etológica y experimental. Además, incorpora la innovación metodológica de los sistemas de análisis de imágenes para medir el comportamiento. También realizó una estancia posdoctoral en el Instituto Karolinska, en Suecia, donde se acercó a enfoques experimentales con administración local, microdiálisis y modelos de animales mutantes.
Regresó a España con un contrato Ramón y Cajal en el área de Medicina y fue investigadora destacada I3 inmediatamente antes de la Cátedra Asociada de Psiquiatría en el año 2007. Desde entonces, ha continuado con la caracterización conductual de modelos animales para la investigación en enfermedades neurológicas y psiquiátricas. El enfoque traslacional se realiza a través de acuerdos de colaboración con el Instituto Karolinska (Suecia), el Hospital Sagrat Cor Martorell (Barcelona) y la UCAMID Hospital Santa Caterina de Salt (Girona).
Podéis consultar la producción científica de Lydia Giménez en el Portal de Investigación de la UAB.

Juan Fraile
Graduado en Biología por la Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid, ha cursado el máster en Bioquímica, Biología Molecular y Biomedicina en la Universitat Autònoma de Barcelona, y actualmente está cursando el doctorado en Bioquímica en el grupo de investigación de la profesora Lydia Giménez Llort. Su área de trabajo se centra en el estudio de los órganos periféricos en la enfermedad de Alzheimer y en el envejecimiento fisiológico. Además, ha publicado recientemente su primer artículo científico sobre la importancia del eje hígado-cerebro en la enfermedad de Alzheimer.
Vagón de la Ciencia, un proyecto de la Universitat Autònoma de Barcelona en colaboración con el Ministerio de Ciencia e Innovación, a través de la Convocatoria de ayudas para el fomento de la cultura científica, tecnológica y de la innovación, y Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya.
Vagón de la Ciencia
Olga V.: Esto es Vagón de la Ciencia, el proyecto de la UAB dedicado a la divulgación científica. Esta primera edición consta de 19 capítulos sobre salud mental, y hoy nos centraremos en la investigación de enfermedades neurodegenerativas. Para ello, nos acompaña Lydia Giménez Llort, doctora en Psiquiatría, profesora del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal e investigadora principal del grupo de investigación en Neurociencia de la Conducta Traslacional del Institut de Neurociències de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Hola, Lydia.
Lydia G.: Hola, encantada.
Olga V.: También estamos con Juan Fraile, biólogo y doctorando en Bioquímica y Biología molecular, y estudia los órganos periféricos en la enfermedad del Alzheimer y en el envejecimiento fisiológico.
Hola, Juan.
Juan F.: Hola.
Olga V.: Lydia, explícanos, ¿cuáles son las enfermedades neurodegenerativas más comunes?
Lydia G.: Las más comunes son dos. Si hablamos de la parte cognitiva, la del pensamiento, la enfermedad más frecuente es la de Alzheimer, una forma de demencia. Por lo que respecta a la parte más neurológica, motriz, con afectación de este sentido, la enfermedad más común es la de Parkinson. La carga de enfermedad en ambas es muy alta, muy intensa y con un curso muy lento, que puede abarcar hasta diez años; por lo tanto, revisten bastante gravedad desde el punto de vista psicosocial, más allá de lo que la enfermedad, desde el punto de vista biomédico, supone.
Olga V.: ¿Es posible padecer una enfermedad neurodegenerativa y tener buena calidad de vida durante los diez años a los que te referías?
Lydia G.: Las enfermedades van evolucionando, y es justamente aquí donde el modelo biomédico se complementa con el modelo biopsicosocial, para intentar encontrar una calidad de vida que se ajuste a las necesidades del individuo y de su familia, y que las personas que la padecen se vayan adaptando progresivamente. Esta enfermedad, al igual que otras enfermedades crónicas, siempre implica un proceso de adaptación a los nuevos escenarios y circunstancias, si eso se hace, y se hace con todo el cuidado, se puede ganar calidad de vida respecto del que está desesperanzado en este sentido.
Olga V.: Por lo tanto, dependerá un poco de la fase de la enfermedad y de cómo las personas son capaces de adaptarse a ella.
Lydia G.: Sí, también de la comprensión y del apoyo social de las instituciones y de toda la sociedad en conjunto.
Olga V.: El 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzheimer. Hace más de un siglo que se describió la enfermedad. En 1906, Alois Alzheimer describió los síntomas de lo que más adelante se reconocería como la enfermedad de Alzheimer. ¿Es importante una detección precoz de la enfermedad?
Lydia G.: Es fundamental. Es de vital importancia, porque al inicio de la enfermedad, los cambios que se producen, biológicos, y su implicación funcional están en un estadio temprano, muy concreto, y si los pudiéramos abordar desde ese punto seríamos capaces de moderar su progresión. Desgraciadamente, la dificultad radica en poder detectar esos primeros cambios, así que cuando intervenimos, o cuando somos conscientes de que dichos cambios aparecen, están ya en una fase más obvia, y, por tanto, contamos con menos oportunidades de tener éxito en ese abordaje.
Olga V.: ¿Cuáles son los signos de alerta por los que deberíamos llevar al médico a la persona que los padece?
Lydia G.: Digamos que a lo largo del ciclo de vida conocemos muy bien cuál es la evolución natural de nuestro funcionamiento, del funcionamiento humano. Por lo tanto, en esas pautas de lo que sería la evolución natural, podemos, a veces, observar desajustes. ¿Qué pasa? En el envejecimiento, como hay mucha heterogeneidad, nuestra involución es heterogénea. Muchas veces, los primeros síntomas pueden confundirse con los naturales propios de la edad. Sin embargo, todo el mundo que ha descubierto un diagnóstico de enfermedad neurodegenerativa, cuando mira atrás, puede, en la mayoría de las ocasiones, identificar ese momento concreto o aquella cosa concreta o aquel escenario concreto en el que se dio cuenta de que aquello ya no era normal.
Olga V.: A partir del momento en el que acudimos a un especialista, ¿cómo se lleva a cabo el diagnóstico?
Lydia G.: Los diagnósticos requieren una exploración muy minuciosa de diferentes indicadores, desde los puntos de vista psicológico y biológico. Incluso son necesarias muestras biológicas que puedan ser medibles, para que el diagnóstico tenga el nivel de precisión que se requiere y permita determinar en qué punto de la enfermedad se encuentra, y confirmar si se padece esa enfermedad o si esos cambios que se están observando desde el punto de vista biológico se corresponden con otra enfermedad. Y lo mismo sucede con la psicología.
Olga V.: ¿Cada enfermedad neurodegenerativa tiene unos efectos diferenciales? ¿Es posible distinguirlos?
Lydia G.: La década de los noventa fue la década del cerebro. Se hizo un gran esfuerzo para buscar denominadores comunes de las enfermedades neurodegenerativas, es decir, síntomas que en todas ellas están presentes, y, por lo tanto, sabemos que en el ámbito celular, tienen procesos de oxidación, de inflamación, de respuesta glial..., que son comunes, pero cada una de ellas afecta a un tipo celular, un tipo de neurona concreto y una zona concreta del cerebro. Así pues, tenemos mecanismos comunes entre ellas de deterioro, que son diferentes de los propios del envejecimiento, y en función de qué zona del cerebro están afectando, la sintomatología está de acuerdo con la función de esa zona. Por lo tanto, sí, hay rasgos diferenciales, y, justamente, la tarea inicial es buscar indicadores de validez predictiva que nos permitan saber si lo que estamos observando está en la medida patológica suficiente para determinar que se trata de un proceso de envejecimiento o que nos encontramos en el rango de patología que nos apunta hacia un primer diagnóstico.
Olga V.: Hasta ahora, las pruebas de imagen y la extracción de líquido cefalorraquídeo son las herramientas de detección que se utilizan para el Alzheimer. ¿Hay, o se espera que las haya, otras que sean menos caras, o menos invasivas?
Lydia G.: Sí, serían las muestras de sangre, por dos razones. La primera, porque la punción lumbar es invasiva, porque es costosa, porque se necesita tiempo, pero sobre todo porque si miráramos atrás, cien años atrás, cuando las analíticas rutinarias para controlar nuestra buena salud no existían, o existían de manera muy escasa, el beneficio que obteníamos al avanzar en el conocimiento de la salud de la persona, la monitorización, era muy pobre. Este paralelo es el que querríamos tener ahora, que en una analítica de sangre se pudiera decir «pediré tres marcadores más, que tienen que ver con esta enfermedad o con la otra», añadidos a la estándar, para poder tener una valoración del riesgo que se está teniendo. Esto se está haciendo en estos momentos, se está avanzando mucho en este sentido, sobre todo en la metodología, en sistemas bioquímicos, análisis químico, que detecten esas pequeñas moléculas que se hallan en concentraciones extremadamente pequeñas y que ahora, en estos momentos, son muy difíciles de detectar.
Olga V.: ¿El análisis de sangre sería suficiente o, además, serían necesarias otras pruebas diagnósticas?
Lydia G.: La valoración funcional es primordial porque, al fin y al cabo, lo que queremos es controlar el impacto funcional en el funcionamiento del individuo. Por lo tanto, en el caso de la enfermedad de Alzheimer, o en cualquier otra demencia, la valoración neuropsicológica es imprescindible incluso para saber qué tipo de intervención podemos ofrecer para moderar o minorar ese progreso. La valoración neuropatológica, cómo está nuestro cerebro en ese momento, la tenemos que hacer con una neuroimagen, con una información bioquímica de los líquidos que tienen alcance a ese cerebro, en este caso, líquido cefalorraquídeo, o a la sangre, porque la barrera hematoencefálica, desgraciadamente, en esas etapas y en esas enfermedades se abre y deja ir más cantidad de esas moléculas, esas proteínas, en la corriente sanguínea, y eso nos permitiría detectar que está avanzando a un ritmo u otro.
Olga V.: El 5 de noviembre es el Día Mundial de las Personas Cuidadoras. Cuando alguien sufre Alzheimer, las cuidadoras son una pieza clave. El bienestar de las personas con demencia recae, sobre todo, en los familiares o en el entorno más cercano. Pero ¿quién cuida a las cuidadoras o a los cuidadores? ¿Cuáles son las consecuencias en el bienestar social, económico y emocional tanto para quien padece una enfermedad neurodegenerativa como para sus cuidadores? Juan, explícanos qué efectos tiene el Alzheimer en la persona que lo sufre.
Juan F.: Lo que ocurre es que estos pacientes están muy afectados (pérdida de memoria y pérdida de lenguaje, entre otras funciones cognitivas), lo que desemboca en otros síntomas psiquiátricos y psicológicos que se asocian a esta enfermedad y que también recaerán sobre las personas cuidadoras, como pueden ser los trastornos del sueño, los cambios de humor, la apatía o la irritabilidad, ejemplos claros de todos estos síntomas neuropsiquiátricos y de la personalidad de los pacientes.
Olga V.: Lydia, ¿todas las personas con Alzheimer presentan la misma sintomatología y pasan por las mismas etapas?
Lydia G.: Las etapas están categorizadas y casi todo el mundo pasa por ellas. Los síntomas clásicos: la pérdida del sueño, funciones superiores, la memoria... estarán en todas las personas. Por eso asociamos el Alzheimer con estas características, pero, como decía Juan, hay otras que son más variables, los síntomas psiquiátricos. No todo el mundo tendrá síntomas depresivos, aunque el 90 % sí, pero alguien se puede salvar. No todo el mundo tendrá síntomas psicóticos, como si fuera una esquizofrenia, el 40 % los tendrán, sin embargo, un 60 % no los padecerán. El insomnio también es bastante mayoritario, así como la apatía, pero hay como un abanico, una parte básica muy universal para este tipo de enfermedad, que ayuda a tipificarla muy rápidamente. Y el mérito de los psicogeriatras, de los neurólogos psiquiatras que acompañan al paciente y a sus familias, es determinar ese otro abanico, que es el que complica el escenario clínico a la familia y el que lleva más carga de enfermedad, hasta el punto de que, cuando esos síntomas están más exacerbados, muchas familias claudican porque no pueden asumir la dificultad que esos síntomas psiquiátricos, añadidos a la pérdida de memoria y demencia, implican.
Olga V.: Juan, ¿se ha estudiado el efecto del Alzheimer en otros órganos aparte del cerebro?
Juan F.: La investigación sobre el Alzheimer en órganos periféricos, como los llamamos, todavía está empezando, porque en esta enfermedad se ha centrado la investigación en el cerebro, y, actualmente, en nuestro grupo de investigación, pretendemos ampliar este estudio sobre el cerebro y pasar a investigar órganos periféricos. Ya tenemos constancia de que el hígado podría ser uno de los afectados, pero también valoramos la posibilidad de que otros órganos también lo estén.
Olga V.: Actualmente, ¿hay fármacos capaces de detener la enfermedad, o que permitan recuperar las pérdidas cognitivas o una parte de ellas?
Juan F.: Actualmente, el médico puede recetar seis fármacos. Cuatro están enfocados a restaurar la sintomatología o a devolver esa capacidad perdida, pero no tienen efectos en los cambios cerebrales, en los cambios bioquímicos y neurológicos de la enfermedad. Esos fármacos no revierten dichos cambios, pero hay dos fármacos más que sí lo hacen. Lo peor de estos dos fármacos es que se deberían empezar a tomar en una fase muy inicial de la enfermedad para conseguir paliar los cambios que se van produciendo. De todas formas, hoy en día, ningún fármaco que se recete para el Alzheimer retrasará la enfermedad; simplemente, se podrá paliar un poco, pero nunca se volverá al estado inicial.
Olga V.: A estas alturas, ¿se sabe si es una enfermedad hereditaria?
Juan F.: Hay dos tipos de Alzheimer: el familiar o genético y el esporádico. El familiar o genético sí tiene base genética, por eso lo llamamos familiar. Es el menos mayoritario en la población y sí se heredaría, pasaría de padres a hijos y cursaría como un Alzheimer muy precoz: tendríamos Alzheimer alrededor de los 30 años, edad en la que ya se empezarían a ver los síntomas de fases avanzadas de la enfermedad. Pero el mayoritario en la población es el Alzheimer esporádico, con genes de cierto riesgo a desarrollar la enfermedad y la heredabilidad de esos genes; lo que se hereda es el riesgo de desarrollar la enfermedad, pero no la enfermedad como tal.
Olga V.: ¿Las demencias cursan igual en mujeres que en hombres? ¿Se dan en el mismo porcentaje?
Juan F.: No. Siempre habrá diferencia entre hombres y mujeres. En el caso del Alzheimer, la incidencia es mayor en mujeres que en hombres.
Olga V.: ¿Se sabe por qué?
Juan F.: Todavía no se sabe a qué se deben esas diferencias. Se mantiene la hipótesis de que podría ser por la esperanza de vida de las mujeres; al ser más larga, eso haría que hubiera más detecciones y más diagnósticos en ellas que en ellos. También podría ser por la carga hormonal de las mujeres. Pero todavía no se sabe exactamente a qué se debe esa diferencia.
Olga V.: Lydia, ¿cómo se puede acompañar a las familias que cuidan a una persona con una enfermedad como el Alzheimer?
Lydia G.: Teniendo comprensión. Conocer la enfermedad y la carga de enfermedad que supone es la mejor manera de ayudarlas. No debemos olvidar que, junto a una persona que tenga cualquier enfermedad crónica (en este caso, hablamos de salud mental, pero podría tratarse de cualquier otro problema de salud crónico), hay una carga de enfermedad que afecta también a la persona que la acompaña y que hace que esa persona deje de existir. La persona cuidadora se siente sola, se siente incomprendida, deja de ser ella misma para ser la cuidadora de otra persona. Y hay una pregunta clave: ¿por qué esa persona está cuidando? Esta sería la mejor manera de ayudar. Preguntarse por qué ella la está cuidando: porque la ama, porque se siente obligada... No hay una respuesta, hay una gran variedad de respuestas. Pero entender los porqués nos puede dar la oportunidad de ayudarla, porque si lo hace porque se siente obligada, porque se sentiría culpable de no hacerlo, quizás nuestra actitud puede ayudar a que se sienta menos culpable, y la misma actividad de cuidar la vivirá de otra manera, con otro ánimo. Hay que entender el significado de lo que está sucediendo, el escenario, es muy importante acompañar a las personas cuidadoras en este sentido.
Olga V.: Lydia Giménez Llort, doctora en Psiquiatría, y Juan Fraile, doctorando en Bioquímica y Biología Molecular, muchas gracias por haber subido al Vagón de la Ciencia.
Lydia G.: Muchas gracias a vosotros.
Juan F.: Gracias.
Olga V.: Y vosotros, si queréis saber más, escuchad otro capítulo.
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