Interculturalidad
Francisco Collazos nos habla de cómo la cultura condiciona tanto aspectos de nuestra salud mental como la manera de comunicarnos y de hacer, también en la relación paciente-terapeuta.

Francisco Collazos
Doctor por la Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis «Pertinencia de la adaptación sociocultural en la práctica clínica en salud mental».
Es psiquiatra adjunto del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d'Hebron, en Barcelona, donde coordina tanto el Programa de Psiquiatría Transcultural como las urgencias de psiquiatría. Desde octubre de 2017, es el jefe del Área de Salud Mental del Hospital San Rafael. Además, es profesor asociado del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universitat Autònoma de Barcelona. Tiene formación acreditada en diversos ámbitos: psiquiatría legal, gestión en salud mental y atención en emergencias y catástrofes. Ha liderado diversos proyectos de investigación, nacionales e internacionales, en el campo de la salud mental, la inmigración y la ayuda al desarrollo. Desde hace dos décadas, mantiene una intensa actividad científica y de difusión de sus campos de interés, tanto en foros especializados como en los dirigidos a la población en general.
Podéis consultar la producción científica de Francisco Collazos en la página del Hospital Vall d'Hebron.
Vagón de la Ciencia, un proyecto de la Universitat Autònoma de Barcelona en colaboración con el Ministerio de Ciencia e Innovación, a través de la Convocatoria de ayudas para el fomento de la cultura científica, tecnológica y de la innovación, y Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya.
Vagón de la Ciencia
Olga: Esto es Vagón de la Ciencia, el proyecto de la UAB dedicado a la divulgación científica. Esta primera edición consta de 19 capítulos sobre salud mental, pero hoy nos centraremos en la influencia de la cultura en la manera de pensar y de hacer. Para ello, nos acompaña Francisco Collazos, doctor en Psiquiatría, profesor del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universitat Autònoma de Barcelona y psiquiatra adjunto del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d'Hebron.
Hola, Francisco.
Francisco C.: Hola, ¿qué tal?
Olga V.: Muy bien. Te quería preguntar si la cultura condiciona la manera en la que expresamos lo que hacemos y lo que pensamos.
Francisco C.: En efecto, la cultura nos condiciona en esos ámbitos que has señalado. De alguna manera, la cultura nos proporciona un patrón de lo normal, y esa normalidad se proyecta en la manera de estructurar la realidad a través de nuestros propios pensamientos, de gestionar las emociones y, en última instancia, de cómo nos comportamos con el entorno.
Olga V.: ¿Condiciona tanto al paciente como al profesional sanitario?
Francisco C.: Por descontado. Nosotros, profesionales sanitarios de la salud mental, somos personas y, por lo tanto, somos seres interpretativos que, a través de nuestros filtros, damos un significado a lo que pasa. Digamos que la cultura no entra en nuestro despacho en el momento en que aparece una persona diferente de nosotros, sino que nosotros ya estamos dentro de ese magma cultural desde el que dotamos de sentido todo aquello que nos rodea.
Olga V.: ¿Es posible compensar ese tipo de desajustes?
Francisco C.: Sí, es posible y aconsejable. Es recomendable que todos seamos culturalmente humildes, que reconozcamos que quizás las cosas no son exactamente así, sino que es así como nosotros las vemos y, por lo tanto, que hagamos este ejercicio de introspección, a veces de descentramiento, para tratar de ver cuál es la perspectiva desde la que nosotros estamos dando valor y significado a las cosas que nos rodean.
Olga V.: ¿De qué manera nos condiciona pertenecer a una cultura o a otra? ¿Hasta qué punto es posible entender lo que nos dice nuestro interlocutor, pasarlo por una especie de tamiz cultural y hacerlo comprensible para nosotros? Francisco, ¿alguna vertiente de la psicología estudia cómo la cultura nos condiciona?
Francisco C.: Sí, ya hace tiempo que psicólogos y psiquiatras son conscientes de que su trabajo consiste, ni más ni menos, en enmarcar la normalidad en cuanto a la gestión de emociones, pensamientos y conductas, ya que han dedicado parte de su conocimiento al estudio de esta disciplina a la que podríamos llamar psicología y psiquiatría cultural.
Olga V.: Has liderado varios proyectos de investigación, nacionales e internacionales, en el campo de la salud mental, la inmigración y la ayuda al desarrollo. La llegada masiva de migrantes a España en los últimos años debe haber sido todo un reto en cuanto a la asistencia sanitaria.
Francisco C.: En efecto, y lo sigue siendo. Los profesionales que integramos la red de salud mental, así como las propias instituciones y dispositivos, debemos hacer un análisis que tenga como propósito valorar si la asistencia que ofrecemos es de la misma calidad para todos los usuarios o si, como podría suceder, sin quererlo, quizás hay personas que, a pesar de tener los mismos derechos, reciben una asistencia de menor calidad por no pertenecer al grupo mayoritario o por presentar una serie de barreras –más allá de la idiomática–, internas o externas, que dificultan el seguimiento, el entendimiento y la evolución, en este caso, de sus trastornos mentales.
Olga V.: ¿La asistencia psicológica puede ser incluso más compleja que la de la salud física?
Francisco C.: Sin duda. La salud física muchas veces se puede estudiar de manera más objetiva gracias a marcadores biológicos. En medicina decimos que son patognomónicos, que cuando están presentes no queda duda de cuál es el diagnóstico correcto. Sin embargo, cuando hablamos de la salud mental todo se convierte en más subjetivo, más interpretable y, por lo tanto, podría ser que los resultados fueran bastante peores.
Olga. V.: ¿Qué hay que tener más presente en salud mental cuando se atiende a personas culturalmente diferentes?
Francisco C.: Como decía, deberíamos tener en cuenta que no todas las personas de este planeta expresan las emociones de la misma manera, que no todos recurrimos a las mismas metáforas, por ejemplo, para hablar de una depresión, como si fuera algo universal. Nosotros estamos acostumbrados a explicar los síntomas que presentan nuestros pacientes desde un modelo más biomédico, en contraposición con explicaciones que a veces suponen una narrativa difícil de conciliar con dicho modelo, y en las que aparecen causas que pueden ser más de carácter social o incluso sobrenaturales y mágicas. Es todo un reto, por tanto, llegar a un sincretismo en el que se dé cabida a esta narrativa sin renunciar a nuestra identidad como médicos formados siguiendo el modelo de la medicina occidental.
Olga V.: ¿La lengua es una de las primeras trabas con las que os encontráis los profesionales?
Francisco C.: Sí. Obviamente, la lengua es para un psiquiatra o un psicólogo el medio a través del cual puede explorar todo ese complejo mundo tan íntimo y tan inefable de las emociones y de las preocupaciones y, por lo tanto, la existencia de barreras en ese ámbito ya suponen todo un reto. Sin embargo, más allá de lo idiomático, a veces hay claves que son puramente culturales, que podemos, por ejemplo, apreciar cuando tratamos a personas de Latinoamérica, que, a pesar de que hablan nuestro idioma, también recurren a expresiones o tienen expectativas y atribuciones de lo que les pasa muy diferentes de las que podríamos esperar desde un modelo más occidentalizado.
Olga V.: Una vez superada la dificultad de la lengua, o cuando esta dificultad no existe, como comentabas en relación con las personas procedentes de Latinoamérica, ¿cuáles son las necesidades de salud mental más habituales de los migrantes, si se puede establecer un patrón?
Francisco C.: Muchos emigrantes, por el hecho de haber dejado su país de origen, donde tenían no solo una lengua, sino también un contexto en el que había cierta seguridad (entender lo que les rodeaba, la familiaridad con los hábitos, con los modelos relacionales...), deben hacer frente a una serie de duelos. Esto muchas veces se representa con sintomatología de carácter ansioso-depresivo, que sería quizás lo que más habitualmente encontramos. Después, es verdad que, según como se haya organizado y previsto el proceso migratorio, muchas de esas personas, al llegar al país de acogida, se encuentran con dificultades muy importantes para integrarse. Nosotros entendemos la integración como el proceso en el que una persona es capaz de disfrutar de los derechos y las obligaciones de la misma manera que cualquier otro ciudadano, y este proceso muchas veces es muy complejo. Esto genera lo que llamamos un estrés aculturativo, que va más allá de lo que sería el duelo migratorio, ya que incluye también las dificultades para establecerse en el lugar, disfrutar de un trabajo, de una vivienda digna y de una situación legalmente regular. Todo ello, obviamente, plantea unos estresores que ponen a prueba la estructura y la vulnerabilidad de cada persona.
Olga V.: ¿Hay situaciones más o menos críticas en función de las condiciones en las que se haya llegado al país?
Francisco C.: El hecho de no contar con una red de apoyo adecuada, de encontrarnos en situación irregular, lo que imposibilita la entrada en el mundo laboral, como decía, pondrá a prueba nuestra vulnerabilidad. No sabremos cuál es nuestro grado de vulnerabilidad hasta que nos expongamos a un nivel de exigencia que ponga a prueba nuestra capacidad de adaptación, y en función de esa respuesta, de nuestros mecanismos de afrontamiento para elaborar y asimilar las dificultades, y de la intensidad de esos estresores, el resultado será uno u otro.
Olga V.: Con Francisco Collazos estamos hablando de la influencia de la cultura a la hora de expresarnos en la manera de pensar y de hacer. Cuando los migrantes llegan y se dan cuenta de la cantidad de diferencias culturales que puede haber entre el país de origen y el que quizás acabará siendo su país de acogida, ¿eso les genera estrés, en general?
Francisco C.: Sí, el nivel de estrés, como comentaba antes, dependerá de muchas variables, pero, ante los mismos estresores, la clave es la capacidad de afrontamiento que tenga cada persona. No todos tenemos la misma, y, sin duda, cuanto mayor sea la brecha cultural, la barrera idiomática, las facilidades que, en definitiva, los migrantes encuentren para poder disfrutar de la sociedad de acogida, el nivel de estrés será mayor o menor, y, por tanto, los resultados también variarán en función de esos factores.
Olga V.: Hacía referencia a la capacidad de afrontamiento del migrante y al nivel socioeconómico. ¿El nivel socioeconómico y las condiciones en las que se llega al país de acogida influyen en el nivel de estrés y en esa capacidad de respuesta?
Francisco C.: Mucho, sin duda. Conocemos casos de personas que, aunque proceden de culturas que podríamos decir se alejan mucho de la nuestra, como cuentan con una buena red de apoyo socioeconómico, les cuesta menos vivir todo ese proceso. No lo podemos negar.
Olga V.: ¿Es posible también que, en función de la cultura, esas diferencias les generen más o menos tensiones? ¿Puede ser que entre el país de origen y el de acogida haya muchas diferencias, pero que por la manera de percibir la diferencia, la capacidad de adaptación, esto no suponga un gran reto para ellos?
Francisco C.: En efecto, y yo añadiría un concepto al que prestamos mucha atención los que estudiamos la salud mental de las personas inmigradas, me refiero a la discriminación percibida. El hecho, como señalabas, de proceder de una cultura que, no solo por la diferencia, plantee resistencias a los miembros de la cultura mayoritaria es percibido, como decía, de manera discriminatoria, y esto acaba siendo un estresor muy importante que puede convertirse fácilmente en algún tipo de sintomatología y, eventualmente, trastorno mental.
Olga V.: ¿Cómo suele manifestarse el estrés aculturativo?
Francisco C.: Comentaba antes que lo más habitual en cualquier persona es que los estresores comporten cuadros más bien ansiosos, con un componente afectivo, de cierta tristeza. No son raras las somatizaciones, ya que en personas no occidentalizadas no hay tanta tendencia a psicologizar el malestar, a exteriorizarlo, y es el mismo organismo el que acaba siendo el vehículo a través del cual se representan esos conflictos, y son habituales las quejas en atención primaria de cuadros en los que no se encuentra una causa orgánica que los justifique y en los que, en última instancia, se acaba encontrando una relación más bien de tipo psicosomático.
Olga V.: En general, ¿se sabe qué necesitan para rebajar el estrés y poder mejorar la salud mental?
Francisco C.: En general, el enfoque biopsicosocial nos señala que hay que atender adecuadamente las necesidades básicas, que muchas veces tienen que ver con la seguridad, con la información (pensemos que cualquier ser humano lo que anhela es reducir tanto como sea posible el grado de incertidumbre de su existencia), ya que eso es lo que genera más angustia. Muchas de esas personas no saben ni siquiera qué pasará con ellas y con sus hijos o su familia (en caso de que hayan podido venir todos juntos) en el futuro más cercano. Por lo tanto, una intervención a ese nivel sería muy saludable, porque incidiría en la prevención y en la promoción de la salud mental de esas personas. Si se pudiera llevar a cabo adecuadamente, no hay duda de que serían pocos los inmigrantes que acabarían desarrollando trastornos mentales y, por tanto, necesitando la intervención especializada de algún facultativo, ya fuera psiquiatra o psicólogo.
Olga V.: Suponemos que uno de los hechos determinantes para que mejoren es que se les pueda hacer un seguimiento. Estoy pensando en los migrantes que quizás están en situación irregular, que no pueden ir con regularidad al CAP, que deben tener otras preocupaciones más importantes y que quizás no pueden seguir un tratamiento como convendría.
Francisco C.: Efectivamente. En salud mental somos muy conscientes de que la longitudinalidad, el seguimiento, es fundamental. Por ello, es necesario que la persona establezca un vínculo adecuado de confianza con los profesionales, y eso tiene una piedra angular, sentirse entendida, y, como decía, esto no solo tiene que ver con el idioma (muchas veces necesitará servicios de interpretación o de traducción), lo que verdaderamente promocionamos es que pueda dar la explicación según sus parámetros culturales, lo que sería la narrativa, el relato de lo que le sucede. Nuestro reto, pues, es ser capaces de observar desde la perspectiva de esas personas, aunque no coincida con la nuestra, para intentar establecer conjuntamente un plan terapéutico individualizado.
Olga V.: Cuando no es posible un acompañamiento, ¿las personas migradas solas pueden hacer frente de alguna manera a las situaciones que les generan estrés?
Francisco C.: Sí, claro que sí. La mayoría de las personas que migran, afortunadamente, son personas con cierto grado de resiliencia, son personas que no son dependientes, si acaso, esa dependencia tiene que ver más con elementos administrativos. Muchas de ellas, por ejemplo, las que entran y solicitan la condición de refugio o de asilo internacional, dependerán de esas redes de acogida, pero, en cuanto al desarrollo como personas y al establecimiento en el país, podrían hacerlo perfectamente sin la necesidad especializada de profesionales.
Olga V.: Francisco Collazos, doctor en Psiquiatría, profesor del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Universitat Autònoma de Barcelona y psiquiatra adjunto del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario Vall d'Hebron, muchas gracias por haber subido al Vagón de la Ciencia.
Francisco C.: Gracias a ti, Olga.
Olga V.: Si queréis saber más, escuchad otro capítulo.
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